
Con los alumnos ocurre algo parecido: Uno los ve ir creciendo, ir aprendiendo. Cada día los alumnos saben cosas nuevas y los adultos los miramos y nos sentimos orgullosos. Pensamos: “Han crecido gracias a mí”. Pero tanto las plantas como los alumnos iban a crecer, de todos modos. Tú no los has hecho más altos. Pero necesitamos ese contacto con ellos, igual que ellos necesitan contactos con mucha gente para aprender. El error consiste en creer que ellos aprenden lo que tú quieres. Las plantas echan hojas y flores hacia donde les da la gana.
Mis ex alumnos húngaros son grandes personas, todos ellos. Ahora son periodistas de deportes, como Peti, médicos, como Barbi, filólogos como Emese o Hajni, ingenieros como Timi, psicólogos como Kálmán o Zsike, Anita estudió Ingeniería Industrial, Dániel, finanzas y contabilidad, Lilla o la grandísima Laura trabajan para grandes hoteles, Flóra estudia Biblioteconomía y Filología húngara, algunos de ellos fueron a vivir un año en Inglaterra, Dinamarca, España o Francia, como Jutka, Zsuzsi, Zsani o Andris. Otros se han quedado en su ciudad, pero también han viajado y sigue dándome mucha alegría verlos por la calle. Confieso que a veces no me acuerdo de todos los nombres, porque soy despistado y han pasado años, y cada año tengo una centena de alumnos nuevos. Pero me gusta saber de ellos.
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