21 agosto, 2012

Alumnos como plantas


Siempre me alucinará lo fácil que es criar plantas. Mi abuela y mi padre son adoradores de las plantas, mientras que yo sólo un aficionado. Cuanto tuve una planta de albahaca la deshojé al menos cuatro veces para hacer salsa pesto y todas las veces la planta rehízo su vida como si nada. A las plantas les va bien con que las cuides mínimamente: echarles agua y ya. Ni un filete de pollo a la paprika, un poco de queso ahumado Karavan, ni siquiera un vasito de vino tinto Vida. Sólo agua. Tampoco tienes que tenerlas dentro de la casa. Las plantas pueden dormir al fresco o achicharrándose en la puñetera calle e incluso es mejor que tenerlas encerradas. Sin que tú hagas nada de nada la planta va creciendo y tú vas teniendo la sensación de que has sido tú el que la ha hecho crecer. La miras con cara de bobo y te sientes orgulloso. En mitad de la ciudad, miras tus plantas y vislumbras una brizna de naturaleza en casa.

Con los alumnos ocurre algo parecido: Uno los ve ir creciendo, ir aprendiendo. Cada día los alumnos saben cosas nuevas y los adultos los miramos y nos sentimos orgullosos. Pensamos: “Han crecido gracias a mí”. Pero tanto las plantas como los alumnos iban a crecer, de todos modos. Tú no los has hecho más altos. Pero necesitamos ese contacto con ellos, igual que ellos necesitan contactos con mucha gente para aprender. El error consiste en creer que ellos aprenden lo que tú quieres. Las plantas echan hojas y flores hacia donde les da la gana.

Mis ex alumnos húngaros son grandes personas, todos ellos. Ahora son periodistas de deportes, como Peti, médicos, como Barbi, filólogos como Emese o Hajni, ingenieros como Timi, psicólogos como Kálmán o Zsike, Anita estudió Ingeniería Industrial, Dániel, finanzas y contabilidad, Lilla o la grandísima Laura trabajan para grandes hoteles, Flóra estudia Biblioteconomía y Filología húngara, algunos de ellos fueron a vivir un año en Inglaterra, Dinamarca, España o Francia, como Jutka, Zsuzsi, Zsani o Andris. Otros se han quedado en su ciudad, pero también han viajado y sigue dándome mucha alegría verlos por la calle. Confieso que a veces no me acuerdo de todos los nombres, porque soy despistado y han pasado años, y cada año tengo una centena de alumnos nuevos. Pero me gusta saber de ellos. 
Ahora tengo alumnos españoles, la relación con ellos es diferente, pero también, como parte de mi trabajo, los observo y trato de colaborar en ese crecimiento. Por lo menos, no estorbar. 

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