30 octubre, 2012

Permanece entre alumnos y sus profesores

He observado que los adultos "normales" tienen un poco de miedo a lo que ocurre en las aulas y atribuyen todo tipo de males y de bienes a la educación, por pura ignorancia. Y es que nadie entiende lo que ocurre en un lugar, si no participa de él. Para los hombres adultos, lo que ocurre en la enseñanza es un misterio irresoluble tal como saber lo que hay en el bolso de su mujer o entender qué es el Bosón de Higgs. A pesar de que la sociedad española se empeña en arrojarse los platos a la cabeza redactando una nueva ley de educación cada cuatro años, la relación entre profesores y alumnos es más importante y sigue adelante. Siempre. 

Me ha tocado la mejor profesión del mundo. Lo siento por vosotros. Trabajo en ese misterio que es la educación. Trabajo con personas que sufren a diario divertidas equivocaciones lingüísticas. No es lo mismo El Bético que Helvético, pero ¡suena igual! (He sabido por mi amigo Mariano que, de hecho, existe una peña del Betis en Suiza que se llama: "No busques más que no hay").

¡Cuántos dolores de cabeza y noches sin dormir supone estudiar, pasar pruebas, escribir exámenes, hacer lo que te dicen, ponerte en manos del profesor! La relación alumno - profesor está basada en la confianza y el conocimiento mutuo, que van encaminados hacia "el Conocimiento", sin más. La relación personal está imbricada a la enseñanza porque el proceso de aprendizaje es un proceso afectivo, como explicó Stephen Krashen (en 1985).

Hoy estoy muy contento por mi propio resultado como estudiante: ayer aprobé mi examen de conducir, tras muchos sudores y tras pagar mucha pasta. Fue en mi viejo barrio: entre Miralbaida y la Electromecánica. Aprobé gracias a la ayuda de un mítico profesor, Rafael. Hemos dado clases a diario entre 6.30 y 8.00 de la mañana porque no teníamos más horas libres. No estaban ni las calles puestas. 
2012.03.23. Un retrato que me hicieron Miriam y Duvi, aún mis alumnas. en Espejo

En la serie The Wire, el ex policía reconvertido a profesor de secundaria Roland "Prez" Pryzbylewski visita a su ex Jefe en la Brigada de Homicidios, Daniels, para hablarle sobre un alumno con problemas. Éste no entiende por qué Prez se toma tanto interés por el chaval y le pregunta: 

Daniels: - Why do you care? Whats this kid to you? 
Prez: - I dont know... He is one of my students. 

A eso mismo me refiero... de repente, no sabes por qué, pero te importan (incluso los que más te desafían, los que te mienten o los que te insultan). Vives con ellos un día a día de trabajo común, adaptación, experimentación, esfuerzos grandes dosificados en pequeñas tareas, recompensas, la potencialidad de infinitos momentos de satisfacción con cada aprendizaje alcanzado ... Los alumnos crecen y, tú con ellos, aunque no todo sea gracias a ti. Nos influimos mutuamente. Y nadie sabe muy bien lo que recordaremos cinco años después o lo que será útil para nuestras vidas, pero en las clases diarias, nos seguimos esforzando, tozudos como mulas. 

Otoño de 2007. Miskolc. Instituto Herman Ottó. Clase con los mayores del último curso (12/5, 13/S). Pregunto cuál es el combustible principal de la primera revolución industrial. Una alumna linda e inteligente, en el centro geométrico del aula, levanta la mano. Le doy la palabra: 
- ¿Sí? ¿Barbara? 
Baja la mano, me mira y con voz clara e inocente dice: 
- Cabrón. - Y nos quedamos todos callados mirándonos a los ojos, antes de reirnos.

Son cosas que pasan, y, justo esos momentos, permanecen en el recuerdo.


Para leer, sobre este tema, pero referente a la enseñanza universitaria: "Enamórate de tu profesor", excelente artículo de William Deresiewicz.

12 octubre, 2012

Gente que viaja.

Hoy es el día de la Hispanidad y no he parado de cagar. Siento contároslo, pero ya no puedo con mi alma. Tengo diarrea desde hace una semana y estoy ya harto de comer arroz en blanco con merlucita desmigajada, aquarius y yogures naturales. Se acaba el veranillo del membrillo y no voy a poder disfrutar de los últimos días de sol tal como es debido: con unas mahous bien frías en la terraza de la Magdalena comiendo croquetas con buena conversación. 
Ayer cruzaba con la bici por delante del Puente Romano, quería pasar bajo el Arco del Triunfo. En ese momento escuché música de violín: era Klara. Es una amiga eslovena que trabaja tocando buena música en ese lugar precioso por el que no dejan de pasar turistas. Está dada de alta como autónoma y todo. Toca muy bien. Al mirarla descuidé la atención de la conducción y mi bici tropezó con uno de los pivotes semiesféricos de piedra del pavimento. Volé por los aires y caí estrepitosamente contra el suelo. Algunos turistas me echaron fotos, otros me preguntaron si estaba bien y, defintivamente, mi amiga se dió cuenta de que yo había llegado.
Klara ha estado de vacaciones este verano por Centroeuropa y, “de camino” hacia Eslovenia, ha visitado Budapest con algunas recomendaciones que le hice. Todo el mundo conoce el Szimpla kert, por ejemplo. Sin embargo, lo que no le ha acabado de gustar es la gente y los precios: ha sentido que estaba en Italia, donde con frecuencia se trata de engañar al turista. Por ejemplo, te hacen pagar para ir a cualquier servicio público. Suele haber una señora cuyo único trabajo es sentarse y cobrar 100 forint a los que necesitan entrar. 
Quizá porque soy español, quizá porque viví un año en Roma, quizá porque crecí en barrios poco seguros de Córdoba, me volví un poco paranoico y tomo ciertas precauciones para no sentirme engañado cuando viajo. Algunos ejemplos:
  • EL BAR CATEDRAL. Nunca se debe comer junto a los principales monumentos. Por ejemplo, no comas nada junto a la Catedral, y sobre todo no lo hagas si el bar se llama “Catedral”. 
  • FOTOS DE COMIDA. Nunca voy a ningún bar que ha desplegado grandes fotografías de los platos de comida. Automáticamente me quita el hambre ver el aspecto de plástico de esas fotos, además de molestarme visualmente y despertar mi desconfianza. Entiendo que el sentido de las fotos es que un extranjero sepa lo que es un flamenquín con papas, un revuelto de gambas y ajetes o un pörkölt. Los alrededores de la Mezquita de Córdoba están llenos de ésto. 
  • PERSONAS. Observa a la gente. El tipo de gente con que te vas cruzando te dice donde estás. 
  • NO SEAS RICO. Si tienes un móvil caro, un reloj llamativo, un aparato de música, un ordenador... no hace falta que lo vea todo el mundo a tu alrededor. Sin embargo, nadie nunca intentará robarte un libro, ¡qué curioso!
  • LA NOCHE. Ten en cuenta la hora. De noche, todos los gatos son pardos, pero algunos arañan y no los ves venir. 
  • LOS TAXIS POR TELÉFONO. En una gran ciudad, ten a mano siempre un número de taxis de confianza. En Budapest los que no son de confianza suelen clavarte con precios abusivos.
Curiosamente, tanto en Budapest como en Córdoba, dos de mis sitios favoritos para comer se llaman "Magdalena".
¡Sandios, qué hambre tengo!
No lo olvidéis: Lo mejor para viajar es ir con indígenas nativos de la zona, para que te lleven a los mejores sitios, como hicieron los jocondos zagales de la fotografía. Y, si no conoces gente, usa couchsurfing.
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